Un nuevo Pentecostés


Columna del Padre Andrés Maricán, Capellán Colegio Santa Cruz de Villarrica

Hermanos, hemos celebrado una de las fiestas litúrgicas que marcó el inicio de la misión de la Iglesia, ¿cuál es? la solemnidad de Pentecostés, con la que concluye el tiempo pascual.

Según el testimonio de San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, dice “al llegar el día de Pentecostés” (Hch 2, 1); esto nos hace pensar que Pentecostés ya se venía celebrando entre los judíos. Era la celebración de las siete semanas judías llamada Shavuot, o fiesta de las semanas, durante la cual se celebra los cincuenta días de la aparición de Dios en el monte Sinaí. Pentecostés era una de las grandes fiestas judías, y para celebrarlo gran cantidad de ellos subía a Jerusalén para dar gracias a Dios y adorarle en el Templo. Pues bien, luego de la Pascua y de la Ascensión del Señor al cielo, cincuenta días después de su Resurrección, se cumplió la promesa de la efusión del Espíritu Santo con sus siete dones sobre los Apóstoles y la Santísima Virgen María.

“Estaban todos reunidos” (Hch 2, 1). Estaban todos juntos, reunidos, los discípulos y amigos de Jesús. Se apoyaban mutuamente, rezaban juntos, compartían su tiempo, recordaban a Jesús. Pero todavía no habían salido a anunciar al mundo el Evangelio, la buena noticia. Jesús les había enviado a predicar, pero antes debían esperar el don de Dios, el regalo de Dios (cfr. Lc 24, 49). Se subraya el concepto de unidad. El Santo Padre Francisco, al respecto ha señalado que, la unidad es un don, un fuego que viene de lo alto. Tenemos que rezar constantemente …  para recibir esta gracia extraordinaria. La consecución de la unidad no es principalmente un fruto de la tierra, sino del cielo, de la acción del Espíritu Santo, al que debemos abrir nuestro corazón con confianza, para que nos guíe por el camino de la plena comunión. La unidad es un camino, no es un plan que se concibe o un proyecto que se elabora en torno a una mesa …, sino avanzando con la nueva energía que el Espíritu, desde el día de Pentecostés, imprime a sus discípulos” (Roma, 3 de junio de 2022).

“Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse” (Hch 2,4). En cierto sentido, podemos decir que hemos celebrado un nuevo Pentecostés, pues el Espíritu de Dios sigue viniendo sobre nosotros, seduciéndonos, susurrándonos palabras de amor infinito y enseñándonos a mirar el mundo y la vida con ojos nuevos. El Espíritu del Señor está en nosotros, sin embargo, no siempre sabemos detectarlo. Pero, en otras ocasiones sentimos de verdad que está ahí y nos vuelca las entrañas ante el dolor, y nos enternece con las cosas sencillas. Si seguimos sus mociones nos guiará y no nos sentiremos solos. Está dentro de nosotros, sin anularnos; es compañía y refugio, fortaleza y misterio, emoción y tormenta, para mirarnos como hermanos y adherirnos a la misión de la Iglesia en clave sinodal, para un mundo más humano, fraterno y solidario. Para ello, “pongámonos en la escuela del Espíritu Santo, para que nos enseñe todas las cosas … para caminar juntos, como Iglesia, dóciles a Él y abiertos al mundo” (Homilía Papa Francisco, Roma 5 de junio de 2022).


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